¿OTRO MANDELA?



Aunque viendo cómo ha acabado esta historia, solo se puede apuntar a una distracción de libro de Macky Sall, quien no ha hecho lo que en principio se esperaba que haría cualquier presidente ávido de poder.

L. Marquez M. _Malabo_

Desde luego que no es difícil mirar y encontrar grandes rasgos que comparten el joven activista senegalés y el icónico Nelson Mandela. El apogeo del cruce de sus historias parece estar en un previo paseo por la cárcel para después auparse al Olimpo de la presidencia de sus respectivos países. También comparten el rasgo de ser dos grandes detractores del statu quo continental, sobre todo ahora que parece que en África el juego democrático no está atravesando sus mejores momentos y solo se puede llegar a la presidencia mediante algún Golpe de Estado liderado por militares, desde luego.

Lo que está por verse más adelante es el carácter que le va a imprimir el nuevo de Senegal a su presidencia, porque, desde luego, si el poder Ejecutivo en Europa es tóxico, imagínense cómo sería en el caso de África. Buen sabedor de esa realidad era Nelson Mandela que acabó dimitiendo apenas un primer mandato, después de haber jurado su cargo ante millones y millones de sudafricanos que le veían como ahora ven los senegaleses a Diomaye Faye, con ojos de esperanza. 

Lo cierto es que no es común en África ver a disidentes que luego de la cárcel su destino inmediato fuera dirigir un país, lo más normal es que ni siquiera tengan la oportunidad de participar en unas elecciones abiertas ya que ya vienen descalificados para presentar candidatura a cualquier cargo público. Es más, cuesta verlos en libertad mientras duran los procesos electorales. El caso de Faye cobra mayor relevancia porque, igual que en el caso Mandela, su antecesor ha estimado que el poder Ejecutivo es un bien de su propiedad, de tal forma que es el único capaz de ostentar dicho cargo, y cualquier otro que amenace dicha tesis debe conocer la furia, en el grado superlativo, de lo que significa ostentar el cargo de presidente.

Aunque viendo cómo ha acabado esta historia, solo se puede apuntar a una distracción de libro de Macky Sall, quien no ha hecho lo que en principio se esperaba que haría cualquier presidente ávido de poder para garantizarse un mandato más, como la única explicación plausible para que se tenga hoy que soportar a un mozuelo de apenas 44 años, con ínfulas europeas.

Antes he dejado caer que Diomaye Faye significa esperanza para los senegaleses, una clara señal de que se está pasando de un estadio a otro, al mismo tiempo que en el concierto de presidentes africanos resultará raro ver entre ellos a alguno, por lo general muy pocos, que pueda presumir de haber sido elegido mediante sufragio universal y no mediante una clara aplicación de la ley del más fuerte. Sobre todo en temas de estrategia geopolítica, Senegal es un país cuya estabilidad importa mucho en África, más aún para Europa, al que no dejará de mirar de vez en cuando para discutir asuntos que requieren tener al frente a un líder sano de mente capaz de reconocer la gravedad de los problemas de sus compatriotas.

Y sí, incluso el tiempo en que aparece Diomaye parece darle la razón a los que de manera puramente obsesiva se empeñan en ver alguna similitud entre ambos personajes, porque a parte de la casualidad en los números no hay otra prueba más que acentúe la semejanza con Nelson Mandela. Y entre la presidencia de uno con la presidencia del otro, han pasado por lo menos tres décadas. Tres décadas en el que África se presenta con otros muchos problemas que son los que en su día tuvo que enfrentar Madiba.


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