Ni un cuarto de poder

Es verdad que aquí la sinceridad y la autocrítica van por barrios y, muchas de las veces suele depender de con quién estés hablando y qué medio de comunicación representa. Es así como se llega a la conclusión de que, los medios -cuanto más dependan del Estado- sufren de falta de credibilidad y, los únicos que parecen no preocuparles esa situación son los directivos y los representantes públicos de estos medios de comunicación.

L. Marquez Merino -Malabo

Basta con asomarse durante un rato a la calle o salir a hablar directamente con los potenciales consumidores de los servicios que ofrecen cualquiera de las variantes de los medios de comunicación que existen en el país, para terminar de confirmar lo que de algún modo u otro ya se intuía y que, de alguna manera se reconoce entre los profesionales de estos medios.

El colmo de este reparto de impresiones está en que, parece ser que el sujeto universal ha conseguido elaborar su propia tesis sin contar con la participación de los medios ni de sus profesionales. Les ha bastado con recopilar cincuenta y pocos años de estancamiento y la ejecución de una disciplina que no se ha sabido independizar de la cuestión política o gubernamental -llámenlo como prefieran-. Pero ese solo sería la punta del iceberg, porque si asumimos como verdad todo lo anterior, también habría que dirigir las sospechas hacia un marco legal que no parece convencer ni a sus más acérrimos defensores de hoy en día.

Es posible que, en todo esto, los medios de comunicación hayan podido disfrutar de algunas mejoras de cara a las infraestructuras y maquinarias de trabajo, pero, desde luego, aquello no ha servido para resolver los problemas que han derivado en una profunda falta de credibilidad. Es así que, por ejemplo, los periodistas de Asonga tv no sean capaces de ir más allá de la Torre Bantú para recabar las impresiones de sus televidentes o que la Radio Nacional no disponga de su propio consejo de redacción de informativos, sin que el resultado de su trabajo pueda parecer una fotocopia de lo que previamente se ha emitido por TVGE o, que la propia televisión pública no acepte a personas que confiesen otras preferencias políticas que no sean precisamente el PDGE.

Falta por descubrir hasta qué punto puede parecer sostenible la teoría de que, la televisión está por encima de cualquier otro soporte de comunicación, de allí que habría que engordarlo con todas las comodidades presupuestarias disponibles, al mismo tiempo que otros formatos ven mermada su interacción con el público debido al reparto discriminado que se hace de los recursos. Éste -en mi opinión- puede ser perfectamente otro elemento que hay que introducir en este debate, pero que en este momento conviene no profundizar.

Y quizás porque lo que no se escapa a ningún debate, y porque está más expuesto al juicio público, es la propia praxis que emplean los profesionales de los medios que, hasta la imparcialidad la pueden reducir a una simple teoría que queda bien si se ve en clase, pero que no pinta nada en el día a día del trabajador periodista. La propia deontología periodística al completo ha sido víctima de las nuevas tendencias de hacer periodismo y que, todas o casi todas, están gobernadas por sujetos que hoy pueden hablar de esta profesión porque se han sacado el título. ¡Obvio, que hay que preocuparse!

Si hasta ayer el problema era porque la voz cantante la tenían gente que practicaba el intrusismo laboral; hoy -por muy pocos que sean en número- los agresores de esa profesión son los mismos que, en la universidad y en centros de formación profesional, exigen que se llame periodista solamente a aquellos que han concluido con la formación reglada. Y, estoy seguro que para alguna gente, puede resultar incluso urgente el simple hecho de que se plantee el debate de -quién debe ser periodista- y, solo después de satisfacer el interés de éstos, pues hablar de otras cosas como la credibilidad y la sostenibilidad en el tiempo de sus medios. 

Pero, mientras nos ponemos de acuerdo, espero que también se admita a debate la velocidad con que el mal llamado cuarto poder está perdiendo relevancia en la sociedad ecuatoguineana. Y quizás éste se convierta en la única razón que haga admisible el festejo de un 3 de mayo que llega muy verde y carente de cualquier sentido. Y si no, váyanse a celebrar la pérdida de un estatus quo que le condena a los promotores de los medios a reiventarse a cada rato, porque lo otro sería admitir públicamente que se ha fracasado. Y el resultado, como sucede en estos casos, siempre está a la vista de todos. 

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